Respecto al territorio, el gato es partidario del gentleman’s agreement. Su ocupación del espacio resulta tan discreta que las desavenencias con sus semejantes son mínimas.
Introducción
La noción de territorio ha adquirido, desde hace unos treinta años, una gran importancia en etología, y resulta interesante preguntarse si el gato lo siente del mismo modo. En primer lugar recordemos qué entendemos por territorio: el área, el entorno del nido, cueva o guarida, que un animal, una pareja de animales o un grupo defienden y en la que está prohibida la entrada a representantes de la propia especie y con mayor rotundidad a los de otras especies. Estudiado hasta ahora sobre todo en los pájaros, está presente también en los mamíferos y en otros animales.
Un animal que posee un territorio puede salir para circular por una superficie lo suficientemente amplia que representa su espacio vital; dado que este último constituye a menudo su «territorio de caza», puede nacer una lamentable confusión entre las dos zonas: el animal puede encontrarse a sus congéneres en su propio territorio, ya que los espacios vitales de los sujetos de una misma especie se superponen. Existen otros tipos de territorio, destinados, por ejemplo, a las exhibiciones nupciales o al sueño. En los animales que viven en sociedad o en colonias el territorio es a menudo estrechamente reducido.
Es el caso de los pájaros, cuyos nidos, en general, están muy juntos; se puede entonces instaurar un sistema conjunto de defensa de la colonia. No obstante, la sociabilidad y el comportamiento territorial se consideran inversamente proporcionales. Pero ¿qué le sucede al gato?, y ante todo, ¿nos encontramos ante un animal solitario o sociable? Su fama nos lo presenta habitualmente como solitario, al igual que la mayor parte de los felinos. Entre éstos, los leones constituyen la excepción que confirma la regla ya que, por el contrario, viven en grupo.
Solitario y sociable al mismo tiempo
Sin embargo, basta observar aunque sea superficialmente a los gatos para constatar que son, en muchos sentidos, animales sociables. Lo notamos enseguida con los domésticos, pero mucho más con los que viven en libertad tanto en la ciudad como en el campo. Estos gatos vagabundos, que en gran número viven en jardines públicos, terrenos sin cultivar, etc., son objeto de atención por parte de la Asociación Protectora de Animales, que en el intento de mejorar las condiciones de vida de los animales impidiendo un crecimiento indiscriminado, han emprendido con éxito numerosas campañas de esterilización, vacunación y marcación muy ambiciosas y completas.
De todos modos, es necesario resaltar que los gatos, cuando se encuentran uno frente a otro, parecen ignorarse y sobre todo, será casi imposible verlos cazar juntos. En definitiva, dada su biología, el gato puede considerarse en una situación intermedia entre el animal rigurosamente solitario y el verdaderamente sociable. Para comprender mejor el comportamiento territorial del gato doméstico es interesante examinar la actitud de un pariente cercano, el gato salvaje o Felis silvestris, que se encuentra, fundamentalmente, en los bosques, que no debe confundirse con el gato doméstico que se encuentra en estado más o menos salvaje. El gato salvaje defiende ante todo su escondrijo en la roca y el territorio que lo rodea, cuya superficie varía en relación con el número de sujetos de la misma especie y al número de posibles presas en la zona, aunque es generalmente del orden de 40 hectáreas. Alrededor de este territorio, el gato salvaje macho puede moverse en un espacio vital de unas 600 hectáreas, donde podrá encontrarse con sus otros congéneres. A lo largo de los márgenes del territorio existe el riesgo de que se produzcan conflictos, generalmente no violentos; se trata, a menudo, de simples simulaciones acompañadas de maullidos.
Las auténticas batallas son raras y suelen darse cuando dos machos cortejan a la misma hembra, o cuando algún pequeño es amenazado por un adulto. El gato salvaje delimita su territorio con señales . olfativas, principalmente heces u orina. Los gatos delimitan su territorio de distinto modo, aunque especialmente suelen hacerlo restregándose contra los árboles o las paredes. En la práctica, esto es un sistema de comunicación. Los gatos vagabundos (gatos domésticos errantes) de nuestros campos y los gatos en libertad de la ciudad tienen un comportamiento intermedio entre el del gato salvaje y el propiamente doméstico. A menudo tienen el curioso hábito de reunirse en las plazas, entre piedras y matas, donde olvidan amores y conflictos. En sus desplazamientos siguen siempre el mismo trayecto, rozando las paredes, al recorrer la calle o al superar obstáculos.
Dado que el radio de acción de estos gatos está limitado en el campo por barreras naturales (por ejemplo, un río), y en la ciudad por calles o construcciones difíciles de superar, la superficie de su espacio vital varía generalmente en función de la comida disponible. Es evidente que la alimentación de los gatos urbanos vagabundos por parte de los amigos de la población felina modifica esta relación. La zona en la que se mueven los gatos de un mismo grupo ¿corresponde realmente a la definición más rigurosa de territorio o a la de espacio vital? Difícil respuesta.
La importancia de las señales olfativas
Los gatos, por consiguiente, delimitan el propio territorio rociando a lo largo de sus confines chorritos de orina y depositando la secreción olorosa de las glándulas que tienen en la frente, justo encima de los ojos, y en la cola, al refregarse contra paredes, árboles, etc. En el caso de que la lluvia haga desaparecer el olor de estas secreciones, se repite la operación. Además, arañan los troncos de los árboles o el terreno con las garras, para crear señales destinadas a advertir a sus congéneres de su paso, e incluso del momento en el que han pasado. Este es un sistema de comunicación que contribuye a evitar los conflictos directos.
Ya que estos comportamientos son regulados por hormonas sexuales, una gata que tiene crías hará retroceder fácilmente al macho, así como un macho sexualmente íntegro alejará a uno castrado. Por ello es desaconsejable castrar a los gatos que están en libertad: serán fácilmente aventajados por los no castrados. Las asociaciones protectoras son conscientes de ello y proceden únicamente a la vasectomía en los machos y a la ligadura de trompas en las hembras. Si los hombres no intervinieran para regular la consistencia numérica de las colonias, los gatos se extenderían, ocupando los mejores espacios. El gato es un experto en el arte de ocupar el espacio, como se puede constatar en un apartamento, cuyos ángulos más remotos explora para encontrar los escondites más curiosos. Cuando descubre un nuevo espacio, lo explora describiendo una espiral cada vez más amplia respecto al punto de partida.
Esta ocupación del espacio también se administra con astucia en el tiempo; existen algunos gatos que se instalan el domingo en las grandes oficinas vacías, o se apoderan por la noche de un jardín, quizá para evitar al perro que lo frecuenta de día. Gatos titulares de dominios colindantes pueden llegar a acuerdos: así un individuo puede ser autorizado a aventurarse en el territorio de otro gato o de otro grupo, o al menos a atravesarlo, siempre que se haya llegado previamente a un acuerdo mediante la capacidad de los interesados de exhibir expresiones amenazantes.
A veces, sin embargo, las cosas no van tan bien y el gato demasiado audaz se arriesga a ser agredido por los primeros ocupantes. Problemas de este género suceden especialmente cuando gatos domésticos, con mayor o menor regularidad, se aventuran fuera de la casa de sus dueños.
Se evitan aun antes de encontrarse
También el gato que va a dar un paseo tiende a delimitar su propio territorio, una superficie de alrededor de 160 metros cuadrados. En realidad esta valoración no es muy significativa porque tal extensión varía según los obstáculos (paredes, edificios, calles, árboles, etc.) que el gato encontrará, a la presencia de perros y, sobre todo, a los gatos vagabundos que probablemente ya la pueblan. Nuestro gato puede, si llega a un acuerdo, ser admitido a compartir el territorio dominado por gatos en libertad o, al menos, atravesarlo.
El hecho más notable del comportamiento territorial de los gatos es que, en definitiva, los enfrentamientos violentos son raros. Los gatos ocupan el espacio disponible de un modo muy ingenioso, y reparten en el tiempo sus actividades de tal manera que logran evitarse antes aun de encontrarse. Las reyertas en los límites del territorio terminan a menudo con la huida de uno de los dos adversarios, que se retirará sin dejar de mirar a su vencedor. Si dos gatos se topan frente a frente sobre un muro, el que ha subido primero continuará su camino; así lo quiere el «reglamento» de sociabilidad de los gatos.
En definitiva, ¿se puede decir que los gatos poseen realmente un territorio o es mejor hablar de espacio vital? Digamos que existe un territorio para los gatos salvajes y un espacio vital para los gatos vagabundos de la ciudad; la mayor densidad de los segundos y su comportamiento social, necesariamente más acentuado, se adaptan menos a un modelo de vida territorial. Existe una cantidad de soluciones muy distintas, desde la del gato vagabundo que recorre en solitario una vasta superficie, hasta la de la decena de gatos que se apoltrona en los jardines públicos. En este campo, como en muchos otros, la psicología felina es tan ingeniosa y misteriosa que son necesarias ulteriores observaciones para formarse una opinión más exacta sobre el tema. Lo que sí podemos afirmar es que el comportamiento territorial del gato no está sujeto a férreas reglas como sucede, a veces, con otros animales.